domingo, 16 de noviembre de 2014

Ser Niño; para los que crecieron

El siguiente se lo dedico a todos los niños que no han crecido, a los que se niegan a hacerlo y a los que sí lo hicieron pero que a veces se logran acordar… 

Ser niño es escalofriante.
            Esto es algo que muchas veces olvidan los adultos, o los que intentamos serlo (justo por eso intentamos serlo). Lo que pasa es que si estamos vivos ahora es porque en el pasado no nos pasó nada, y creemos por lo tanto, que el pasado era más seguro que el presente. Pero tanto ahora como antes corremos el mismo riesgo de que nos caiga un rayo. Nos convencemos tanto de que el pasado era más seguro, que se nos olvida cómo se sentía realmente.
            Y ser niño era escalofriante. Eras pequeño, diminuto y frágil. A tu alrededor pasaban muchísimas cosas extrañas y no tenías explicación para muchas de ellas. Y pasaban las mismas cosas que pasan ahora, sólo que ahora las has vivido muchas veces y sabes cómo se van a resolver, antes
sólo podías esperar a que lo desconocido se desenvolviera frente a ti. Cosas que todavía hoy te hacen triste, existían en aquel entonces, pero eran misterios, y a falta de conocerlos te inventabas la información faltante.
            Guerras, pleitos, hambre, dolores, todo eso existía cuando eras niño, tus padres lo vivían de la manera en que los adultos lo viven: hablando. Y los adultos tienen muchas palabrejas extrañas para hablar de las cosas. Los adultos a veces no hablan de las cosas derecho y dicen frases como “ya sabes que” o “lo que pasó el otro día” para evitar decir ciertas palabras frente a los niños. Porque creen que el pasado es más seguro, y creen que es su responsabilidad que se mantenga así, y prefieren no decir palabras “peligrosas,” para no ponerlos en peligro.
            Pero tanto hoy como ayer pudo haberte caído un rayo. Y tanto hoy como ayer han existido asesinatos, sexo y traiciones.
            Hablar de las cosas “feas” en susurros no las vuelve hermosas.
            Sólo las vuelve un misterio, como todo lo demás en la vida de un niño.
            Ser niño significa vivir en un mundo completamente desconocido donde unas personas altas, grandes y severas tienen la responsabilidad de cuidarte, y que a veces hablan en susurros sobre cosas que les dan miedo a ellos mismos. Es escalofriante… ¡pero tan emocionante!
            Algunos nos negamos rotundamente a ser verdaderamente adultos. La verdad es que nos sigue sorprendiendo lo desconocido y nos sigue emocionando el miedo, a diferencia de las personas serias y responsables que prefieren quedarse en su casa, trabajar todos los días y alejarse de la incertidumbre.
            Cuando éramos niños inventábamos monstruos, héroes y lugares que representaban los susurros de los adultos. Enfrentábamos la muerte de forma inconsecuente, “matando” al compañero de juego, por ejemplo. Veíamos una película, y creíamos que esas cosas que los adultos temían no podían ser peores que el capitán Garfio. Y nunca se nos hubiese ocurrido llorar por una guerra. Es más, queríamos ser valientes soldados, ser caballeros andantes que siguieran a un rey y tener una espada y un corcel. Tampoco se nos habría ocurrido que algo llamado depresión podría afectarnos después de que alguien nos tocara sin nuestro permiso, como en el caso de muchas niñas que fueron forzadas a volverse adultas tras caminar por un callejón de noche.
            Pero no es que no viviéramos en el mismo mundo que los adultos. No es que no nos diéramos cuenta de que cuando se  murió el tío, nuestros papás lloraban porque la muerte era algo feo. Algunos le temíamos muchísimo a la muerte. Pero la verdad es que le teníamos tanto miedo a la muerte como al payaso de “Eso,” porque los dos eran igual de desconocidos, peligrosos y extraños para nosotros. Y era igual con todo. No es que no supiéramos que las guerras producían cosas muy feas, pero hasta donde sabíamos era lo mismo con los criminales y con los dragones. No es que no supiéramos que era peligroso salir de noche y que había señores que “manoseaban” a las niñas, pero “manosear” era algo que nunca nos había pasado y nos daba tanto miedo como encontrarnos con un zombie.
            Como te estarás acordando, ser niño era escalofriante, porque todo era igual de tenebroso, misterioso y peligroso.
            Y, sin embargo, todo era igualmente maravilloso, pues todo lo enfrentabas con la misma inocencia, curiosidad y espontaneidad.
            Había cosas que no sabías qué eran, que no sabías por qué eran malas, y de las cuales sólo conocías la palabra. Palabras como “orgasmo,” ¿qué fregados significaba esa palabra? Y todas las groserías, ni si quiera sabías por qué los españoles podían decir “coger” sin tapujos pero si tu lo decías todo mundo se escandalizaba.
            Ser niño era creer que todo tenía las mismas posibilidades de ser cierto, tanto podía resultar que la predicción del clima en el noticiero fuese cierto, como que un vampiro te viniera a chupar la sangre en la noche. Tanto podía resultar cierto que te podían secuestrar si le soltabas la mano a tu
mamá, como podía resultar cierto que si el viento soplaba demasiado fuerte y tenías un paraguas abierto ibas a salir volando. Los astronautas habían llegado a la Luna, y Narnia estaba detrás de un armario. Los niños se hacían en la barriga de las mamás, y los duendes nacían dentro de flores. Había asesinos y había princesas. Ser niño era ver a dos seres queridos pelearse, y luego ver a Superman salvar el día.
            Ser niño era vivir en un mundo donde muchísimas cosas podían pasar, pero algo muy importante sobre ser niño es que cada vez que nos enfrentábamos a algo que nos daba miedo y lo superábamos sin daño alguno, nos dábamos cuenta de que era posible “ganar.” Y eso nos incitaba a intentarlo de nuevo, a ganar el nuevo reto, a vencer al nuevo villano, a conseguir el nuevo premio. No empiezas a crecer sino hasta que dejas de ganar. Empiezas a crecer la primera vez que intentas algo y no sólo no lo logras, sino que das cuenta de que no tendrás otra oportunidad.
            Algunas cosas no las podemos enfrentar de niños, enfrentar cosas como administrar el dinero, lidiar con una intriga, cosas como política, sexualidad, demandas, todo eso tiene demasiados factores como para resolverlas en la edad en que no sabes ni la mitad de la terminología con la que se habla de esos temas. Por eso de niño te enfrentas a cosas más simples, un pleito con tu amigo por un juguete, confundir un beso con un dedal, vencer a un dragón hecho de cartón, y cuando las vences te das cuenta de que se pueden resolver los problemas. Aprender esto es algo que te será necesario por el resto de la vida. Así, algún día alguien se pondrá en tu camino, y sabrás que puedes enfrentarlo.
             Los niños que no crecen se dan cuenta de lo importante que es enfrentarse a los monstruos, y son los niños que no crecen los que cuentan historias a los niños que siguen siendo pequeños.
            Esas cosas, como dije, política, sexualidad y demandas, que no se pueden enfrentar de niño, de todas formas necesitan aparecer en tu vida, y tu de algún lado tienes que agarrar la confianza que algún día utilizaras para enfrentarte a estos asuntos de adulto. Y es para esos momentos para los que existen las historias. Una buena historia te dejará bien en claro quién manda: tu. Una buena historia te recuerda que tienes todo el poder necesario para matar dragones, para vencer piratas, para conquistar sirenas, para gobernar un reino y para encantar oráculos, ¿cómo vas a perder frente a una demanda, si alguna vez ayudaste a Atreyu a salvar Fantasía?
            Esto lo saben los niños que no crecieron.
            Pero los niños que sí crecieron no entienden por qué hay villanos en las historias para los niños que siguen siendo niños.
            Los niños que sí crecieron están convencidos de que si están vivos hoy es porque no hubo ningún peligro en su infancia, y creen que eso es genial. Quieren que los niños que siguen siendo niños sean felices, y creen que para esto es necesario que no haya ni un solo peligro. “¿Por qué habría de haber un villano en la vida despreocupada de un pequeño?” “¿Por qué habría de haber un monstruo en la vida hermosa de un niño?” son preguntas típicas de niño que sí creció.
            Peter Pan es el niño que nunca creció y la novela está llena de cosas que a los adultos no les gusta que vean los niños… Peter mata a Garfio. Campanita trata de matar a Wendy. La sexualidad del hada está sumamente presente, apareciendo en una orgía con otras hadas en algunas ediciones de la novela (no se cuentan detalles, pero se menciona que eso estaba sucediendo).
La Historia Interminable presenta muchísima intertextualidad con Así Habló Zaratustra de Friedrich Nietzsche, libro que muchos adultos considerarían extremadamente ajeno a la infancia.
Narnia, ni se diga, está lleno de muertes, de traiciones, de secuestros, de intrigas, de asesinatos.
Una serie de novelas extremadamente populares con publico joven, Una Serie De Eventos Desafortunados, trata de sucesos tristes, dolorosos y básicamente feos, que tienen que vivir tres hermanos tras la muerte de sus padres. Se encuentran con un rastro de cadáveres dejado por el malvado villano de la historia que está intentando quedarse con la enorme herencia de los niños.
Estas historias fueron contadas por niños que nunca crecieron, y son unas de las narraciones más importantes que pueden conocer los niños que siguen siendo niños. Estas historias, para nosotros, los niños que estamos creciendo, los adultos y los que nos negamos a serlo, representan ese pasado del que nos solemos olvidar. Las historias infantiles llenas de peripecias, de villanos y de misterios representan la posibilidad de ganar. Nos recuerdan a aquella vez que vencimos a La Nada, o cuando revivimos a Aslan, o cuando salvamos a Campanita, y nos recuerdan que de verdad podemos vencer el desamparo intelectual, la muerte de nuestros seres queridos y el desamor. ¿Cómo no vamos a poder, si fuimos héroes?

Por eso quiero pedirle a todos los niños que crecieron, que le dejen de tener miedo a los villanos. Que dejen de preguntar por qué hay monstruos horripilantes en las películas para niños. Que dejen de quejarse de las historias terroríficas que los niños que no crecimos les contamos a los que siguen siendo niños de verdad, y que más bien les enseñen lo que ustedes aprendieron. En lugar de sacar al niño del cine cuando llora por el monstruo, díganle que todo va a estar bien y esperen al final de la película. Porque de verdad, todo va a estar bien.